Por Mónica Valencia
Antes de ser periodista, veía en la televisión ecuatoriana como un referente a las presentadoras, Mónica y Patricia Barba, caras bonitas y elocuentes. Coincidencia que uniendo los dos nombres, es mi nombre completo. Años después, ya en la universidad, compartiendo clase con empíricos que buscaban profesionalizarse, escuchaba ‘vozarrones’ como comúnmente se dice a los animadores de radio. Ahí entendí por qué decían la magia de la radio. Claro, al conocer a los personajes famosos de nombre, la estatura y facciones desentonaban con sus voces.
También, recibiendo enseñanzas de profesionales ecuatorianos y españoles que mencionaban, por ejemplo, el profesor de ética periodista que era el que más frases usaba mencionaba: ‘No estamos para creer a nadie’, se refería a ser imparciales. Hay que estar ‘enmochilados’, palabra que aunque no existe en la RAE, entendí que quería decir que previo a una entrevista era necesario tener un vasto conocimiento. ‘El que pega primero, pega dos veces’, la que más me gustó, pues señalaba a la primicia, ‘hay que volar cabezas’ aunque suena a maldad, se refería a publicar lo que pocos se atreven, ‘dar voz al que no tiene’ reemplazando a simplemente, dar espacio a los ciudadanos.
Y solo para recordar las películas que a uno le obligaron a ver. “Naranja mecánica”, film británico de ciencia ficción satírica o la cinta mexicana “Crónica Roja”, que apenas obtuvo el premio Ariel en ambientación. Tal vez, era para enseñarnos lo cruel y sangrienta que puede teñirse la vida en realidad.
Tantas clases y frases que a uno le formaron y marcaron. Como la frase de aquella profesora española que mencionaba repetidamente ‘quedarse con el c..o cuesta arriba’ que no llegué a entender y tampoco pregunté, qué trataba de decir. Sin embargo, de esta frase, de la cual muchos se rieron en el aula, me ayudó a que el oído sea tolerante; y luego, de ver su hazaña de prestar su cuerpo desnudo en el parque principal de una ciudad para ser pincelado, mejoró mi vista, no a ver mejor, sino, a prepararme para ver lo que se presenta, a veces, sin estar lista.
Doctrinas que luego ya en el campo profesional estaban presentes mentalmente. Y sin saber si ya cumplía con el perfil de un periodista ya estaba en el ruedo en las famosas salas de redacción. En un medio escrito la jornada diaria acababa al siguiente día. Había que revisar si se imprimieron las noticias que casi a media noche quedaron en el equipo de diagramación. Ver las notas publicadas en cada edición era un logro, muchas veces con el privilegio de verlas en primera plana.
Aún ya con cientos de publicaciones, cada entrevista y acontecimiento por más tenue que era, dejaba una enseñanza. Al extremo de autocriticarse y concluir en que hay que definir mejor una agenda de trabajo previo a la cobertura, que al final, resultó la mejor de las clases, que tuve que darme.
El perfil del periodista, creo que para ser de los buenos, hay que despojarse del EGO, de creerse ser el mejor en la sala de redacción, cuando ser periodista es ser testigo presencial de los hechos, un observador atento y sensible de la realidad y sobre todo vivir con el protagonista y no quedarse en la simple opinión, y lo peor, en este caso, sin la ‘mochila’ de la que hablaba el profesor de ética en la universidad. Hay que botar el escudo de la generalidad y evitar poner a letra, lo que la mente almacena, desde la simplicidad de la vista y fragilidad del oído.
A esas características le hace falta una medida exacta de lo que todos tenemos en diferentes escalas para marcar la diferencia. Ojo crítico, olfato periodístico y estilo de redacción, que persuaden al momento de contar una historia, que si es contada por dos, nunca será la misma, pese a tener el mismo testimonio y escenario. Y así, creería justo premiar al periodista que se atrevió a estar en escena y no pudo contar su historia a gusto de aquel, que vive la noticia tras una pantalla, un micrófono o página editorial y cuenta su historia a la perfección, pero sin haberla vivido. La perfección es la meta, pero el camino es el aprendizaje.