Fausto Giraldo
No es de ahora sino de siempre, los partidos políticos en el Ecuador han sufrido de forma permanente un quiebre ideológico y político en su interior, fraccionamiento organizativo, distanciamiento de figuras representativas y expulsiones.
Históricamente los partidos políticos han sido necesarios como instrumento de participación electoral, constituidos por corrientes de pensamiento y por intereses personales o grupales.
Otrora estás organizaciones tenían el carácter de ideológicos, es decir, quienes sustentaban su existencia en una filosofía o concepción política, unos se consideran de izquierda, hacen referencia a teorías anti sistémicas, es decir , aquellos que en sus principios mencionan la oposición a toda forma de explotación capitalista, promueven transformaciones de orden político y económico de la sociedad, unos por medios moderados y otros radicalmente como los auto denominados de extrema que propugnan cambios sociales a través de la insurrección armada, estos últimos no legalizados dentro de la estructura jurídica.
Otros partidos que se han denominado de centro, sin una filosofía determinada, más bien, su conducta es la funcionalización al momento y coyuntura de desenvolvimiento político del Estado, ha dado igual sostener acuerdos con la izquierda radical o la derecha conservadora.
El otro extremo de la organización partidaria es lo que se conoce como derecha, apunta a consolidar el control del Estado para la formulación de políticas que beneficien a sus grupos económicos en desmedro de la mayoría de habitantes.
En estas tres corrientes se han presentado también organizaciones partidarias de corte populista, unas y otras se han identificado con el pensamiento de izquierda, el centro y la derecha, respectivamente, sin embargo, su ambigüedad en la definición ideológica ha hecho que la conducción del Estado se realice bajo el esquema de la mejor negociación, en función de favorecer a quienes las integran. Estas organizaciones, más que un ideario, siempre ficticio, ha actuado bajo el liderazgo de un cacique o líder que es por el cual se organizan e incorporan los ciudadanos en su entorno.
La ausencia de pensamiento filosófico ha generado la proliferación y su inminente prostitución organizativa, sólo ha sido necesario un individuo con recursos económicos o un movimiento social con intereses particulares para promover la conformación sea de partidos o movimientos, la gran mayoría de alquiler y coste en efectivo cuya duración es uno o dos periodos electorales, luego de los cuales desaparecen para reconstituirse en otros nuevos pero con los mismos males.
Mas allá de quién ha liderado el gobierno ejecutivo, es visible la acción partidaria en la Asamblea Legislativa, antes Congreso Nacional, allí es donde han actuado los diferentes partidos y las diversas corrientes. No es la excepción en la actualidad.
Es correcto que una organización político partidista defina sus principios ideológicos y que sea, en función de ello, el reclutamiento de sus militantes o afiliados, esto permite tener claro cuál es la línea de gobierno que promueve, sin embargo, la incorporación de ciertos cuadros o candidatos con objeto meramente electoral ha conducido a estas organizaciones a un permanente quiebre en su cohesión y funcionamiento, es también cierto que, la verticalidad de la dirección y la ausencia del debate dialógico, ha hecho que ciertas figuras se distancien de sus estructuras y actúen bajo la supuesta independencia orgánica al momento de cumplir alguna función de elección.
La actuación de los partidos políticos y sus directivas también ha dejado mucho que desear, principalmente en dos hechos:
1) No se construyen cuadros políticos en función de principios y propuestas que permita a un futuro postular como candidatos con el fin de alcanzar dignidades o curules de elección, no han tenido empacho en proponer candidaturas de figuras sin formación, personajes de la farándula o incidentes en temporalidades coyunturales.
2) La ausencia de democracia interna, debate, discusión objetiva, priorización de intereses de un “cacique”, cálculo electoral no ha permitido obtener una participación activa en organismos parlamentarios, han sido considerados “levanta manos” a la hora de consignar el voto y se somete a la fuerza la toma de decisiones, no ha existido la generación de capacidades colectivas y se ha puesto a individuos que rindan culto a los líderes populistas de estas organizaciones.
Esta falta de profundización de la formación ideo política, las arbitrariedades de los líderes y la “supuesta línea partidista” ha hecho que representantes de elección o militantes sean caldo de cultivo de “buenos pescadores” de los gobiernos de turno para distanciarse de sus agrupaciones a cambio de espacios de gobierno e incluso del incidente trabajo del “hombre del maletín”, en la coyuntura actual no hay excepciones.
No hay una sola organización político partidista que, en su proceso interno no haya actuado bajo la línea del sometimiento, chantaje, presión, negociación, dádiva, hasta extorsión diría; así también, podría referir a que la mayoría de los “elegidos” tienen como primera opción su cálculo personal y no la necesidad social o económica de los ecuatorianos, de tal manera que este segundo aspecto lo tenemos claro los ecuatorianos, por un lado, la gran mayoría de la población que, aunque da su voto en elecciones, se mantiene al margen y mira distante a los dignatarios, mientras que, por otro lado, asambleístas, concejales, alcaldes, prefectos y vocales de los parroquiales se aprovechan del divorcio entre las instituciones y población para acrecentar fortunas, beneficiar a sus adláteres y pasear finalmente en cada uno de los partidos en donde hayan los mejores postores.
No precisa martillar sobre lo que en la actualidad acontece en la Asamblea Nacional, lo que sucede con los legisladores que de a poco van dejando de lado sus organizaciones y el sometimiento que, aunque no lo expresan, tienen otros y en una aparente unidad partidista actúan en base a las directrices de sus líderes.
Lo que sucede con los partidos políticos es precisamente el fiel reflejo de una sociedad decadente que, en su construcción histórica, trae consigo la ausencia de valores y principios en los que el principal responsable ha sido el poder político y que ha trascendido incluso dentro del equivocado comportamiento social de los ecuatorianos.