Isabel Ramos

Desde el final de la II Segunda Guerra Mundial, América Latina vive un proceso de conversión y de cooptación de sus medios, de sus periodistas, de sus asociaciones profesionales y empresariales. El Departamento de Estado emprendió muy tempranamente esta labor, juntamente con los empresarios mediáticos de los Estados Unidos… Nos ha faltado convertir la democratización de los medios de comunicación en una reivindicación política de toda la sociedad latinoamericana en su conjunto, y no sólo de los comunicadores, de los políticos o de los revoltosos de siempre.

Se nos ha planteado que hay una cuestión de fin de ciclo. Yo quiero poner en duda justamente esto a partir de algunas de reflexiones sobre el papel de los medios de comunicación; así que, si me permiten, haremos una mezcla de leído y dicho y para que podamos conversar oportunamente.
Todos sabemos que hace casi 20 años la primera elección del presidente Hugo Chávez ponía en evidencia en la región el agotamiento de las recetas neoliberales que los presidentes y los gobiernos de América Latina venían aplicando como nadie, y que en algunos espacios siguen castigando a nuestros pueblos después de décadas y décadas. En el 98 América Latina empezó un ciclo histórico que se caracterizó por el surgimiento de gobiernos que hemos llamado progresistas, postneoliberales, populistas radicales, nacional populares. Todas estas denominaciones tienen sus consecuencias en una perspectiva analítica; no las vamos a explicar, pero las quería poner sobre la mesa porque me parece importante tenerlas en cuenta. En los espacios académicos y de debate político se han dado esfuerzos muy importantes, primero, para reconocer las características de este giro a la izquierda que experimentaron los países de la región, para reconocer el tipo de liderazgos que fueron emergiendo y los cambios que se produjeron en la forma de concebir y de ejercer la representación política, y en segundo término, también se ha reflexionado en torno a las limitaciones de estos procesos, y a sus potencialidades para promover transformaciones sustantivas y duraderas en las estructuras de poder y en las desigualdades que han imperado históricamente la sociedad latinoamericana.
Hay una cuestión que a mi juicio y con mi mirada de comunicadora, no ha recibido toda la atención que merece, dadas las consecuencias políticas que tiene para nuestros pueblos. Junto con el mejoramiento evidente de las condiciones de vida de las mayorías, con la recuperación del estado como garante de derechos económicos y sociales, con avances importantísimos en justicia redistributiva, en recuperación de la soberanía nacional, con un impulso renovado a la integración de nuestros pueblos y hacia la fractura de la hegemonía de los Estados Unidos, entre muchas otras conquistas sociales y culturales en la región, desde el inicio de este ciclo histórico progresista asistimos a la instrumentación de una contraofensiva que no tiene precedentes, por su agresividad y por su sistematicidad, sobre todo de las derechas, del capital concentrado, las elites económicas y políticas tradicionales que fueron desplazadas de los espacios representativos en sucesivas elecciones; digo que fueron desplazadas y no derrotadas, esto hay que verlo, a través de procesos que esos sectores, muy a su pesar se han visto obligados a reconocer como legítimos, porque se dieron justamente a través de procesos electorales. Esto, de alguna manera, me parece que explica a la virulencia de la ofensiva conservadora, que no puede cuestionar el avance de la región en su legitimidad democrática.
Es importante señalar que los objetivos de esta acción concertada, de múltiples actores, que se despliegan en distintos espacios materiales y simbólicos, a los que el presidente Rafael Correa ha denominado la restauración conservadora, persiguen mucho más que volver al anterior estado de cosas; los sectores conservadores vuelven por mucho más que lo que tenían en forma previa al inicio de este proceso. De ahí la importancia de desnudar a sus protagonistas, a los aliados, a las caras visibles y analizar sobre todo las estrategias que se llevan adelante. Esta es una tarea que me parece impostergable, si tenemos en cuenta que las condiciones económicas globales que hicieron posible, por la vía de la política pública, el logro de un mayor bienestar para nuestros pueblos, están cambiando, empezaron a cambiar hace unos 2 años.
Un elemento sustancial, imprescindible, de este reagrupamiento de esta recomposición de las fuerzas políticas reaccionarias son los medios de comunicación comerciales, que se posicionaron desde el inicio de este ciclo como los principales actores políticos de oposición. Yo quisiera aportar entonces unos pequeños elementos para que analicemos juntos el papel que están cumpliendo en este momento las empresas y los empresarios mediáticos, sus empleados jerárquicos y también sus aliados políticos. América Latina desde el final de la II Segunda Guerra Mundial vive un proceso de conversión y de cooptación de sus medios, de sus periodistas, de sus asociaciones profesionales y empresariales. El Departamento de Estado emprendió muy tempranamente esta labor, juntamente con los empresarios mediáticos de los Estados Unidos. Esto se tradujo en promoción de cursos de capacitación, formación de colectivos de medios, premios a la excelencia periodística, concursos de periodismo para posicionar grandes plumas, todo esto con el objetivo de promover la adopción de la ideología liberal de la prensa, primero en Europa, y a partir del triunfo de la revolución Cubana, en América Latina.
Un elemento importante de esa ideología ha sido la instalación de una forma particular, una particular concepción de la libertad expresión, aquella en la que el estado subsidiario tiene como único papel frente a los medios masivos el abstenerse de censurar, a la medida de la primera enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, como única manera de concebir el derecho a participar en la construcción de la palabra pública, la homología de esta libertad con la libertad de empresa. Entidades como la Sociedad Interamericana de Prensa y las entidades nacionales que agrupan a los empresarios mediáticos son hijas de esta iniciativa imperial; aunque a veces no nos acordemos, también, de alguna manera, los colegios y otras agrupaciones profesionales que agrupan a periodistas. No me refiero a aquellas que son fruto de la auto organización de los trabajadores de prensa, que en la mayoría de países latinoamericanos, por desgracia, existen muy marginalmente o han dejado de existir. Hay países como Argentina, donde yo me formé, en los que existen sindicatos. Estos también tienen que ver con esa iniciativa, porque se han relacionado estrechamente con estos espacios de formación, de capacitación y de recepción de recursos económicos para el desarrollo del periodismo.
**Catedrática de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Ecuador (FLACSO)

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