Fausto Giraldo
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La mayor parte de la población hace lo suyo al permanecer en sus hogares, mucho se ha insistido en que nos quedemos en casa, sin embargo aún hay personas que al parecer no sienten la necesidad, peor la obligación, de cumplir con esta disposición.
Claro está que todas aquellas personas que tienen razón de salir, lo hacen; proveedores, personal hospitalario, comerciantes, servidores que cumplen funciones en la seguridad, tránsito y atención a sectores vulnerables, gente que al no tener ingresos permanentes salen a buscar el pan del día.
Pero lamentablemente persisten aquellos que circulan las calles con sus mascotas, hacen deporte, salen de compras y paseos familiares o simplemente se les ocurrió caminar su barrio con el único afán de dispersar sus mentes a riesgo de contraer el virus.
La información revela el aumento de contagios en la provincia, en particular en la ciudad. Denota la ausencia de empatía de unos pocos en relación con sus propias vidas, de su familia, de la comunidad en general.
La ausencia histórica de una cultura de convivencia común es evidente: el respeto, la solidaridad, la transparencia, la unidad, el asumir las responsabilidades de forma adecuada que permita superar estos momentos que cada día son más intensos y generan profunda ansiedad para aquellos que no miramos la hora en que esto acabe, al margen por el momento de las opiniones políticas, sino entendido como la interrelación humana en condiciones críticas que nos permitan superar las consecuencias de esta pandemia.
Justamente los valores que forman parte de una cultura de convivencia común. Esto requiere ser profundizado como una política permanente de las familias y las instituciones del Estado, no por la pandemia porque en esta ocasión sacamos cero, sino porque la sociedad como población cada día se autodestruye, se degenera, se descompone y “el planeta no tardará en escupirnos de él”.