Una tarde de homenaje a Alberto Maldonado

Leyla Piedad Escobar

La lluvia ha cesado. Entre los negros nubarrones que cubren al Pichincha algunos rayos de sol se descuelgan como haces de plata. Son las cuatro de la tarde, hace un frío intenso. La avenida Real Audiencia nos presenta dos imágenes. La una, la del norte semeja un enjambre, en el que hombres y mujeres, de todas las edades se abren paso rumbo a sus hogares.

Unos pocos metros más al sur la imagen de la avenida cambia, se mantienen las residencias. En la ventana de una de ellas, se destaca la figura de Alberto Maldonado  quien no disimula su ansiedad. Está a la espera nuestra llegada.

Somos tres colegas periodistas que tuvimos la suerte de conocerle como estudiante, como profesor, como decano de la Facultad de Comunicación, pero sobre todo como amigo y compañero.

Los tres tenemos el honroso encargo de entregarle el diploma que en reconocimiento a su trabajo y ejemplo, acordó concederle el Colectivo Espejo Libertario y que él no pudo recibirlo en la ceremonia realizada en la Sala Jorge Icaza de la Casa de la Cultura, debido a su delicado estado de salud.

La conversación se instala de inmediato y abarca diferentes etapas. Una de ellas, Alberto como estudiante de la “Escuela” de Periodismo que funcionó como dependencia de una Facultad, que poco o ningún caso le hacía. No olvidamos los incómodos locales en los que recibíamos clase. Tampoco se escaparon los “cierres” que soportamos a causa de las dictaduras y gobiernos de turno, amén de los atropellos que aguantamos – arrastre de algunas compañeras, a las que tomaron por los cabellos – y que en el caso de algunos compañeros varones, les llevó incluso al temible Penal García Moreno.

Los hechos los narramos, pero ahora lo hacemos bajo otra óptica, podríamos decir que hasta con un dejo de picardía. Pero entre risas también recordamos cuando decidimos que la Escuela merecía mayor atención de las autoridades universitarias. La tarea no fue fácil, pero al menos conseguimos que nuestra “Escuela” fuese designada como de “Ciencias de la Información”, en reconocimiento a la formación que debía dar y que ya en ese entonces no se circunscribía al periodismo escrito, porque las radios tenían informativos y los nacientes canales de televisión también consideraron a los informativos como espacios estelares. Alberto fue pieza clave en ese cambio, él tenía otra visión, ya en ese tiempo era Editor de una revista de circulación nacional.

A Yolanda León y René Espín les faltó tiempo. Ellos conocieron a Alberto como profesional que se desenvolvió con responsabilidad y solvencia, méritos que le llevaron a ocupar por varios años el  Decanato de Facultad de Comunicación.

Su hermanamiento con Alberto se dio en el plano profesional y gremial. Los dos encontraron en su antiguo maestro un compañero digno para emprender cambios, uno de ellos conseguir que los periodistas se agremiaran, a nivel nacional de los periodistas.

La tarea, dicen, fue dura y muchas veces incomprendida, pero la tenacidad y la certeza en el objetivo, permitió que ellos, los tres, a su debido tiempo detentaran la presidencia de organismos gremiales a nivel provincial y nacional.

El tiempo pasó muy ligero. Nuestro querido amigo y compañero ha realizado un esfuerzo titánico al mantenernos atentos y hacer un viaje en el tiempo.

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