Por: Jorge Benítez Sánchez.

La participación tiene diversas acciones dentro de la vida de un partido político, así sea que se llamen movimientos, las organizaciones políticas son lo mismo, aunque la ley orgánica electoral que fue copiada-inventada por el régimen de Correa en el año 2009, diga de todo pero en lo principal se ha demostrado que es un instrumento sesgado para ser mal interpretado o mal utilizado en cualquier momento, aparte de determinar que muchas normas legales no están en la ley y por lo tanto hay procedimientos que vedados y oscuros por falta de ley.

Uno de esos procesos que deben ser encaminados a fomentar y fortalecer las opciones para ganar elecciones en cualquier nivel o ámbito territorial, son las alianzas electorales, las mismas que deben nacer desde los procesos de democracia interna en cada organización política de acuerdo a sus conveniencias, es decir de acuerdo con sus fortalezas o debilidades.

La alianza debe producirse con mucha anticipación y no dejar al último cuando las posibilidades de inscribir candidatos estén a vuelta de la esquina, pues los aliados deben analizar y decidir con seriedad cual debe ser su camino para lograr el éxito en una elección; la alianza no debe ser producida cuando todo se ha derrumbado dentro de un partido o cuando se interponen sofismas que a la corta o a la larga se sabe que son engaños o mentiras dichas para aparentar ser fuertes; aquí también nace y se conjuga el sesgo ganador y muchas veces egoísta de no permitir alianzas o de estar en contra de ellas para no dejar espacios a los aliados en casos de triunfo electoral.

El caso es que muchos se creen ganadores absolutos cuando piensan en ganar el poder, pero no piensan en que primero hay que estar en el territorio y conjugar los esfuerzos y acciones de una campaña para poder ganar; ahí es cuando se pierden los pensadores y asesores de pacotilla, cuando llega la realidad de la votación y resulta que en la práctica, de haberse producido una alianza se hubiera logrado el triunfo con la votación mínima del aliado del cual también el egoísmo o la exageración en el planteamiento de la unidad los lleva a la perdida; pues, las alianzas obtienen esfuerzos conjuntos en la campaña y resultados electorales que van para toda la alianza.

El no haber decidido una alianza con un partido débil que al final del día llegó con 1,74% de votación nacional (139 mil votos), frente a una pérdida de 0,35% (33 mil votos), fue un error que ahora nadie lo dice por no afrontar culpas de estrategia; este es el claro ejemplo de la perdida de Pachakutik al no haber hecho una alianza con el Partido Unidad Popular, ex MPD.

Los acuerdos políticos y las alianzas deben ser fraguados con mucha anticipación y no dejar para el último; pero también entre aliados hay que decirse la verdad y ser propensos a lograr una supervivencia mínima pero suficiente; los débiles no deben exagerar las peticiones y los fuertes no deben minimizar a su potencial aliado que podría ser su protegido.

La segunda vuelta, podrá dar fe de lo que digo, pues –amigo lector- en esta contienda final hay tantos actores políticos y sociales que se confluyen para aportar con lo poco que pueden, a fin de que se fortalezca un triunfo electoral en las urnas; aquí también hay aliados que con muy poco podrán hacer la diferencia y lograr que el resultado electoral vaya hacia la derecha moderada y actual o hacia ese socialismo que ya lo conocimos durante los últimos 14 años.

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