El habla culta versus el habla popular en el Ecuador

Angel Erazo

 Cuando terminé de realizar una “chauchita” (pequeños trabajos de un obrero informal), en casa de una distinguida familia otavaleña, escuché interesado la conversación de los dueños; la señora, una reconocida profesora de literatura, quien también fue mi profesora durante la secundaria en uno de los más antiguos colegios de esta ciudad que comúnmente se la conoce como Valle del Amanecer, aludía a la vulgaridad, el lenguaje “pobre”, sin conocimiento y carente de manifestación literaria.

Las distinciones de clases, según algunas personas, dependen de la formación educativa que aquellos tienen referente a la función y condición de la palabra, si bien es cierto los ecuatorianos somos diversos en el sentido lingüístico tanto dialéctico como fonético; y,   cada quien con sus propios expresionismos, la sociedad burguesa, los de la costa, los de la sierra, del campo, de la ciudad, los taxistas, los buseteros, el canillita, los estudiantes, amas de casa, los albañiles y, en fin, una amalgama de lenguaje con sus propios modismos y ambigüedades.

Cuando se resalta el habla culta, se dice de la vinculación que tiene con el lenguaje escrito, tomando en cuenta también el cuidado del lenguaje en el nivel fónico, léxico semántico, y una flexión de alto grado en la morfosintaxis, entonces si una persona habla conociendo las normas de la lengua, no necesariamente pueden adjudicarse a personas con elevado grado de instrucción y cultura en los ambientes científico, artístico o literario sino también en los niveles de campesinos, obreros o proletariado. Para conocer a fondo los rasgos del habla culta como: la elocución correcta, expresiva y fluida; es necesario conocer el lenguaje obsceno, inculto o grosero, ya que el vulgarismo también es tema de interés y estudio dentro de los cánones de la Academia de la Lengua.

Otra anécdota sobre el tema del lenguaje sucedió en una ocasión, cuando en la Universidad donde estudiaba, un grupo de estudiantes en materia de lenguaje realizaban una campaña para frenar el lenguaje soez en las aulas, en cartelones y letreros decían:  “(Universidad) dile no a las malas palabras” en ese instante recuerdo haberles increpado a los compañeros a que me expliquen que son o cuales son las “malas palabras” que ellos referían, y por eso se armó un pleito entre estudiantes y terminaron odiándome.

Para entender el lenguaje llano en literatura, tenemos a nuestro alcance un sinnúmero de literatos escritores que escriben con las palabras vulgares de cada sector, época y tema literario.  En el caso de la conocida ruralia hernandiana, sobre el Martin Fierrro, Miguel Hernández destaca el habla cotidiana del gaucho campesino, si leemos detenidamente encontraremos interesantes lenguajes coloquiales, anglicismos, eufemismos típicos de las aldeas y poblados campesinas. La literatura de Gabriel García Márquez sin duda también enlaza eufemismos típicos del dialecto cotidiano colombiano.

En el caso del Ecuador en la gran obra Huasipungo de Jorge Icaza se menciona algunos eufemismos literarios como también muchos quichuismos típicos del habla campesina indígena de los páramos nublados de la Sierra. Necesario también es, destacar en el lenguaje vulgar y sacar los conceptos de palabras, que muchas de ellas son frases criollas o latinismos que no necesariamente son la fusión de un idioma con un dialecto, como muchos creen; por ejemplo las palabras: achachay,  arrarray, atatay, ayayay, añañay entre otras que son importantes eufemismos que  expresan frio, calor, repugnancia a una cosa, dolor y atracción a algo bonito, respectivamente, aunque muchos creen que estos eufemismos provienen del Kichwa o que son quichuismos pero no es así.

El  Kichwa o Runa Shimi tiene su propia estructura ortográfica gramatical, su morfosintaxis y funcionalidad de palabra. En quichua o kichwa como quieran leerlo las alocuciones antes mencionadas serian: para frio chiri-yan, para calor rupa-yan, para repulsión millay-yan, para dolor nana-yan; y, atracción sumak-yan.

Cuando las comunidades  tradicionales en Cayambe, Tabacundo y parte del Imbabura, salen  a las típicas correteadas o copleadas en contrapunto, en las fiestas del Inty Raymi, se puede notar el bello sentir literario de las frases criollas, eufemismos, anglisismos, jergas y quichuismos por lo que vale analizar esas coplas.

En el estudio de las expresiones obscenas y acepciones secundarias de un parafrasismo vulgar, no solo en lo peyorativo sino también en lo encomiástico, encontramos que muchas palabras están en estudio como por ejemplo: cojudo o cojudez, esto según algunos diccionarios como el de eufemismos de la Real Academia Española o el Diccionario Etimológico de Roque Barcia, denotan situación, cuestión, problemática discutible, calidad de cojudo, persona mediocre, persona que no tiene fundamentos argumentativos. Este término viene de la palabra castellana cojón, anglicismo atenuado a testículo, especialmente del cabrón o macho cabrío refiriéndose al varón de las cabras.

En las planicies de Galicia los pastores lo denominaban el cojonudo, refiriéndose al animal debido a sus exagerados testículos para el porte de este.  Los eufemismos para carajo también son interesantes interjecciones de la Lengua Castellana porque vienen a ser  términos semieufemistas como: caracho, caracoles, cáspita, córcholis, recorcholis entre otros.

Otra expresión interesante entre los ecuatorianos “de a pie” es “la granputa” expresión popular que generalmente denota insulto, pero a su vez también encomia algo dentro del concepto.  Algunas expresiones eufemísticas especialmente ecuatorianismos en desuso en los sectores campesinos, como las pascanas, las chinganas, descuajaringados, los estancos o ishtancos en término quichuista, tutuma, guaragua, huacho, etc., son palabras casi ya en desuso debido a los cambios modernos de época, y por el acoplamiento de la sociedad a la tecnología digital y la información; la migración del campo a la ciudad es factor que ha calado en las sociedades culturales para que se de un acabose de términos  riquísimos en argumentos literarios que ayudan también al estudio de la cultura como tal y sus orígenes.

 

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