Fausto Giraldo
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La consigna u orientación #QuedateEnCasa va perdiendo fuerza en el país, la propuesta de semaforización se convirtió en un distractor muy efectivo para desorientar a la población, las necesidades de empleo y alimento han modificado la disciplina de los habitantes, con el transcurso de los días la gente se moviliza de forma intensa por las ciudades y en un territorio sin liderazgo y gobernanza política puede generarse un caos sin precedentes.
Con justa razón gran parte de la población ha cumplido la orden de aislamiento en estos 49 días, muchos incluso se jugaron el todo con sus pequeños ahorros e ingresos económicos para comprar alimentos e implementos de salud personal, pero esos recursos se agotaron, no hay alimentos y empieza la desesperación por conseguirlos, “el hambre no espera”.
Decenas de trabajadores dependientes de empresas y emprendimientos han quedado en la calle, en principio sentían la posibilidad de garantizar estabilidad laboral y salarial, las políticas del gobierno en esta materia han sido de flexibilización, todos ellos han caído en la desesperación, “tienen un futuro incierto” sin contar el presente.
En miles de hogares aumenta la preocupación, qué hacer con los estudios de sus niños, no cuentan con tecnologías, computadoras y acceso a internet para la tele educación, los jóvenes en edad de ingreso a la educación superior ya no podrán ingresar a las universidades con los recortes presupuestarios, jóvenes que intentaban obtener el bachillerato internacional han sido truncados y más complejo aún cierran escuelas rurales y finaliza la educación inicial, despiden a maestros quienes a su vez también son padres de familia, familias enteras que caen en la desesperación.
Miles de emprendimientos y negocios individuales cierran a estas alturas del tiempo, muchos comerciantes desesperados ante la incapacidad de poder sustentar el pago de arriendos desocupan los locales comerciales, desencadenan así graves problemas: desempleo para los emprendedores, sus pocos trabajadores y eliminación de ingresos para propietarios de locales, estos últimos seguramente deberán modificar las clausulas y valores de alquiler para recibir algún ingreso.
Los comerciantes de los mercados y de las calles forman parte de esta desesperanza, no venden, pierden los productos orgánicos, en muchos casos los agentes municipales incautan los productos, gente que vive al día y no sabe qué hacer.
Millones de profesionales y técnicos autónomos, independientes: abogados, arquitectos, electricistas, maestros de la construcción y otros sin ingresos económicos, hogares sin ingresos para satisfacer sus necesidades.
Miles de agricultores quienes comercializan sus cultivos pero les pagan por debajo del costo de producción y lo que no venden es perdida, su economía destrozada, sus familias desesperadas.
Millones de pobladores que accedieron a créditos en el sistema financiero, corrientes o hipotecarios, en donde los planes no son “perdón de la mora o prorroga de pago sin interés” sino la renegociación de créditos a mayor plazo con interés o el cobro inmediato de cuotas, porque “los bancos no esperan”.
Es tan compleja la situación que en los posteriores días puede provocar un gran caos, desobediencia justificada por la necesidad, la seguridad sanitaria puede pasar a segundo plano y darse prioridad a la seguridad alimentaria y económica, crece entonces también otro problema de salud mental con consecuencias: ansiedad y depresión social.
Los ecuatorianos somos trabajadores, hemos salido adelante en condiciones difíciles, hemos cargado responsabilidades que no han sido nuestras, pero se requiere atención urgente, recursos para reactivar la economía social y resolver los problemas emergentes como alimentación, salud, educación, vivienda y estabilidad.
En general si se mira el contexto se pregunta ¿cuál fue la gestión de la crisis y las políticas de gobierno para enfrentarlas? La respuesta está en la mirada de todos y en la actitud que va asumiendo la población: desesperación y caos.

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