Por Amable Gonzáles
Algunos países de América Latina, entre ellos Ecuador, aparecen en la lista de los países campeones en actividades de corrupción política, algo que debe llamarnos a la reflexión. Todos esperan que las cosas cambien en el país, pero no se hacen esfuerzos para que cada uno cambie.
Mucho se ha comentado respecto de este fenómeno que mina cada día a las organizaciones, entidades y por tanto al Estado en su conjunto. Hablar de corrupción es hablar de una actitud del ser humano frente el entorno social en donde se desarrolla, con el objetivo de materializar sus productos.
Todos sabemos que tenemos que combatirla; sin embargo, muchas veces se quedan en simples enunciados, la lucha contra la corrupción no es tarea de una autoridad en particular, sino del aporte desinteresado de cada uno de los integrantes de la sociedad.
El diagnóstico está señalado: la sentimos, la vemos y sufrimos los efectos que ésta produce, pero la pregunta es, ¿qué se ha hecho realmente para combatirla?, o somos impotentes ante este mal que carcome nuestras instituciones y que hacen peligrar la estabilidad democrática en el país.
Toda revolución nace de la decisión personal para luego ir contagiando del entusiasmo al conglomerado en su conjunto; por lo tanto la verdadera revolución para combatir la corrupción se encuentra en nosotros mismos, sin esperar que autoridades o líderes promuevan por sí solos acciones encaminadas a erradicarla. El Presidente Velasco Ibarra decía: “querés revolución, hacerlo primero dentro de vuestras almas”
Hace falta sistemas para una adecuada declaración de los ingresos activos y pasivos de las personas; sistemas claros de recaudación de impuestos; sistemas que aseguren y protejan a quienes denuncien los casos de corrupción; claro, algunos de estos existen, lo que hace falta es la convicción, la mentalidad, la vocación para lograr ir desmarañando el gran tejido de la corrupción que tiene a unos pocos ricos y unos miles como pobres.
